domingo, 11 de marzo de 2012

el TAOISMO

Es un modo de ser y de actuar, de ver la realidad y estar en el mundo; es el camino de la Sabiduría con el fin de lograr el conocimiento supremo, no mental. El camino del Tao debe ser comprendido como un puro camino de realización, no por medio de la razón ni de las especulaciones.

El hombre auténtico

Es la figura del sabio inserto armónicamente en el orden universal, entre el ying y el yang, que es la unión cósmica masculina y femenina del cielo y de la tierra.

No propone un código ético; considera contraproducente cualquier sistema de normas morales y rígidas, porque asfixia la espontaneidad. Insiste en el escaso valor del concepto de las palabras, la teoría o erudición: "por esto mismo, el Sabio enseña sin hablar".

No le corresponde dar recomendaciones morales; su enseñanza se expresa a través de su ser íntegro con su modo de actuar, su mirada, su gesto, la postura de su cuerpo, su respiración, su rostro y su sonrisa.

Naturalidad y sencillez

Su primera virtud es ser natural, lo que significa desprecio de toda complicación, artificio, falsificación o deformación de la vida; tiende a liberarse de los barnices superficiales, que a menudo impone la vida social; cultiva lo auténtico; no reprime los instintos naturales, más bien los depura y encauza convenientemente; procura ajustar su existencia al ritmo natural, sin racionalización alguna o control excesivo. Mientras el cristiano se siente indigno ante la Majestad de su Dios, el taoísta no se singulariza ni desea destacarse del Todo.

Su ética

La ética del Tao significa blandura, flexibilidad; rechaza la dureza o la rigidez. Sabe adaptarse a los hechos. No presta ninguna resistencia violenta.

Blando significa ceder, doblegarse como el bambú, con el fin de recuperar la posición inicial sin romperse. Es tener la mente abierta, liberada de la inercia vital o cerrazón mental; sabe escuchar, no se obsesiona, vive con lucidez y con el ánimo relajado.

Es en la virtud del agua donde ve el modo de lo que desea imitar; se adapta a cualquier superficie, busca los bajos fondos y su fuerza consiste en su debilidad, en su tremenda flexibilidad y blandura.

Su humildad

Ser humilde es para el Tao hacerse pequeño, reducirse sin pretensiones; la perfección consiste en empequeñecerse y no acrecentarse. El Tao prefiere lo ínfimo, lo minúsculo, porque sabe que la felicidad nace en lo pequeño y le ayuda a avanzar en el camino de su propia elevación espiritual.

La no-acción es actuar con impersonalidad, sin ningún tipo de actitud egocéntrica, ya que se debe liberar del ego, pues la mente egoísta es la raíz de cada mal.

Armonía y naturaleza

El ideal de perfección consiste en armonizar la vida al ritmo cósmico, fundiéndose con la naturaleza y en marcha hacia la unidad. Aceptar con agrado todos los cambios, inclusive la muerte.

Cuando el hombre se libera de la tiranía de las pasiones, se abre al impulso cósmico; hasta lo más ínfimo de la realidad cobra un inmenso valor.

Jamás confunde el mando tirano, el despotismo y el ejercicio arbitrario del poder. Jamás se le ocurrió que las 10.000 cosas le están sometidas, que puede usar y abusar de ellas. Sabe que el hombre sólo puede ocupar dignamente su rango de rey universal o emperador del orbe, si actúa de modo cauteloso con la creación; su misión es estar a disposición de sus súbditos para su propio bien.

El mensaje para tiempos difíciles

El Tao no es una mera utopía ni alcanzó su caducidad en la mente contemporánea. Aunque es un modo espiritual específicamente chino, existe en él un mensaje válido para los individuos de cualquier latitud, sin perder su vigencia en el tiempo, por haberse convertido en una tradición universal y una Verdad única. Nos enseña a conocernos mejor y nos recuerda que el ser humano no es un simple átomo aislado y desvinculado, sino un minúsculo ser que se inserta en un Tao mayor, al cual ha de servir y por cuya armonía debe velar.

Endiosar al hombre nos conduce al desorden actual, a este aberrado modo de ser civilizado, ya que violenta el cosmos a fin de satisfacer sus irrefrenables deseos de pasión y de poder.

En un siglo, en que la felicidad se confunde con los placeres ególatras, con el puro bienestar hedonista y la gran posesión de bienes materiales, el Tao nos recuerda que la dicha consiste en la evolución de la riqueza interior y en la realización de su esencia espiritual.

Frente a la tendencia de la actividad que domina por doquier, de la manía de reclamar derechos y la obsesión de bienes que tiranizan al hombre, el Sabio enseña que en la vida sana y armónica el "ser" prima sobre el "tener y el hacer", que para él los deberes priman sobre los derechos, comenzando por el deber de respeto al orden cósmico.

Y en este universo sumido en la angustia y la ansiedad, atenazado por los miedos, el pesimismo y la desconfianza, el Tao nos devuelve la fe en el orden universal y nos anima a la gran aventura espiritual para que la existencia sea digna de ser transitada. La sonrisa del sabio nos reconforta y junto a ella recuperamos la visión cósmica.

Enfrentados a todas las tendencias occidentales en derrumbe, el Tao propone como alternativa una profunda descentralización social y personal a fin de otorgar un mayor margen posible a la autonomía, la espontaneidad y la libre iniciativa, ya que sólo viviendo el individuo en forma relajada pueda hacerlo en armonía consigo mismo, con los demás y con la misma naturaleza. Nos ayuda también a recuperar la visión de la perdida unión, pues la fragmentación es el punto crucial de esta sociedad moderna y desquiciada y un signo capital de su crisis. Los días se hallan desgarrados por miles de tensiones y conflictos y la doctrina del Tao nos devuelve su visión integradora y nos señala una vez más el modo de lograrlo.

Hoy -como ayer- el Tao se yergue imperturbable, majestuoso, con el fin de guiarnos hacia el equilibrio interior. Sus principios siguen siendo vigentes y cual un profundo eco de la conciencia universal nos invita con su voz silenciosa a gozar de un mensaje de esperanza. Es un camino que nace de la Verdad y a la Verdad nos conduce, permaneciendo a la espera de aquellos seres audaces que estén dispuestos a recorrerlo con ánimo de aventura y perseverancia.